9.2.08

4 200 MILLAS DE RECUERDOS
BITACORA. No 5, invierno 2000, p. 10

No fue una broma: por dos ocasiones se organizó en Cuba la regata de velas más larga de su tiempo

Concluía con éxito un campeonato de velas en La Habana y Rafael Posso hacía las funciones de anfitrión de su colega español Don Antonio Zulueta, comodoro del Real Club de San Sebastián. El visitante elogiaba la organización del recién celebrado evento y terminó con una frase de gran cortesía: "Sería difícil realizar algo de mayor importancia". Posso, cual si esperara de toda una vida esa oportunidad, exclamó:

- ¡La regatas Habana- San Sebastián!

En aquella tarde de noviembre de 1946, la dinámica respuesta del yatista cubano fue tomada a broma en el ambiente festivo del momento. Entre el puerto de la capital cubana y la rada española de San Sebastián media una distancia de 4 200 millas náuticas y hasta esa fecha a nadie se le había ocurrido semejante travesía de un lado a otro del Océano Atlántico, aunque otras algo más cortas se habían realizado. Para Zulueta, sin embargo, la propuesta fue un reto aceptado tranquilamente, y dos años más tarde quedó constituido el comité organizador de aquella regata.

Dos veces se llevó a cabo la carrera transatlántica y quedó para la historia como uno de los hitos del yatismo cubano. Los hombres que tomaron parte en ella, aun los de aquellas tripulaciones que no alcanzaron los puestos de más trascendencia, fueron marcados por aquella experiencia para toda su vida marinera. Todavía en el año 2000 nos encontramos a dos de ellos en La Habana.

El que participó en la primera regata, en 1951, se nombra José López García, Lopito. Ahora ríe, Lopito habla, y habla, y ríe. Se acuerda de los sofocos que pasó como navegante de un velero, con apenas 23 años, y se ríe con las ocurrencias de aquellos argentinos audaces y fraternos que lo enrolaron en aquella aventura entre La Habana y San Sebastián.

Ahora Juan López García ríe, pero no puede olvidar el escalofrío que recorrió su cuerpo cuando Don Ernesto Uriburi, propietario de el Gaucho, le preguntó: "Ché, Lopito, ¿Ahora qué rumbo ponemos?". Hasta ese momento él había pensado que los argentinos guardaban el secreto de la derrota a seguir por el hecho de ser él un extranjero a bordo, cuyo país tenía una embarcación en competencia.

Era el mediodía del 17 de junio de 1951y sólo 48 horas antes el cubano se había enrolado en la nave, pesada y segura, pero impropia para regatear, que los sudamericanos querían medir con La Cubana, el Sunbean y el Malabar XIII, estos dos últimos de Estados Unidos. Dos días antes un oficial amigo le había hecho abandonar la mesa del almuerzo con el anuncio de que sería tripulante del yate argentino. Ni carta, ni compás, ni sextante, ni cronómetro ni nada estaba en su sitio. Y cuando indagaba él, la respuesta olímpica: "¡Ché,
Lopito, no te preocupés, que vamos a ganar!"

Tal vez lo habrían logrado, si habilidad de navegantes y valeroso empeño hubieran bastado frente a elementos adversos, pero veinte días de calma fueron demasiado y apenas quedaron en tercero. La Cubana había clasificado antes, mientras ganó el Malabar XIII y salió de competencia el Sunbean, dejándoles la oportunidad. Hubo días en que apenas avanzaron ocho millas y otros en que llegaron a hacer 150.

Para mayor complejidad, el aparato de radio se descompuso y , aunque ellos escuchaban a los demás, no lograban que sus mensajes fueran captados. "¡Gaucho! ¡Gaucho! ¡Reporte su
posición!", carraspeaba una voz ansiosa en el receptor. Los buscaban, se desesperaban, hasta que ellos aparecieron tan frescos una tarde en San Sebastián. El 2 de agosto, a 46 días de la largada, fueron recibidos en el puerto de meta con tanto júbilo que parecían ellos los triunfadores.

SEIS SINGLADURAS EN LA CUBANA

Cuatro años más tarde, el Club Náutico Internacional de La Habana programó nuevamente aquella travesía y el único de los veleros del intento anterior que se decidió a repetirlo fue... el Gaucho. Invitaron a Lopito, pero no, no estaba disponible. Les envió a un cuñado para que les sirviera de navegante. De la tripulación cubana, sin embargo, localizamos a Carlos Sela Varela.

Para esta segunda prueba el CNIH arrienda a un propietario norteamericano el East Wind
para representar a Cuba, rebautizándolo con el nombre de Siboney. Fue una decisión de última hora, después de que un renombrado yatista local se negara a poner su magnífico velero como nave insignia del país sede de la regata. El Siboney fue capitaneado por el experto regatista Clemente "Mente" Inclán, a quien el comodoro Posso le entregó una estatuilla de la Virgen de la Caridad del Cobre, patrona titular de los marinos y pescadores cubanos.

Por los Estados Unidos compitió esta vez el Ticonderoga , y el Real Club Náutico de San Sebastián se hizo representar por el Mare Nostrum. El 12 de junio de 1955 se alinearon las cuatro embarcaciones a la vista del Malecón de La Habana y se inició la navegación, escoltada hasta las Bermudas por un buque de guerra cubano y acompañada también durante algunas horas por varios yates del país, en uno de los cuales iba Rafael Posso.

Vino propicio el viento de popa en la arrancada; a bordo del Siboney izaron el spinaker y a las 10 millas habían dejado atrás a sus tres rivales. Carlos Sela, que entonces tenía 24 años, cuenta que iba de navegante un oficial de increíble talento, Andrés González Lines, cuya estrategia era aprovechar el poderoso flujo de la Corriente del Golfo como un impulso adicional para ganar millas hacia la meta.

Pero los cubanos habían tenido muy poco tiempo para familiarizarse con el viejo barco y pronto comenzaron los problemas. La gran vela redonda que habían izado estalló en pedazos y las escotas se hinchaban de agua y se quebraban con el roce. Un viento contrario los obligó a multiplicar las maniobras, agotando a los hombres al cabo de las horas. El capitán alentaba siempre: "¡Un poco más! ¡Un poco más!"

Apenas dormían tres horas cada día, recuerda Sela, y no alcanzaba el tiempo para que se secaran las ropas. Soportaron, dispuestos a llegar hasta el final mientras les quedara barco bajo los pies, hasta que al amanecer del sexto día una maligna racha de viento quebró una cruceta y la inspección del daño reveló la suerte aun más adversa: también se había rajado el mástil.

No pueden seguir, ni siquiera tienen motor para llegar por sí mismos a tierra. Una de las naves de guerra cubanas que acompañaban la regata logra localizarlos casi un día después y los remolca a puerto norteamericano. El desconsuelo por la salida del Siboney de la competencia es compartido en La Habana y San Sebastián.

El primero de julio se reporta el Ticonderoga a más de la mitad de la travesía, pero no se
tenían noticias del Mare Nostrum. Este tenía un handicap de 18 horas a su favor sobre el velero norteamericano, por lo cual una arribada posterior no le perjudicaba, siempre que no excediera de ese tiempo. Tampoco se sabía nada del Gaucho.

Muy pocos días después se despejó la incógnita. El Mare Nostrum apareció frente a la playa de La Concha, en San Sebastián, a las 6:40 de la tarde del 6 de julio de 1955. No sólo logró la victoria sin hacer uso de la ventaja concedida por las reglas, sino que estableció un récord al completar las 4 200 millas náuticas del trayecto en 24 días, cuatro singladuras menos que las realizadas por el Malabar XIII cuatro años antes.

La mayor singladura -navegación en 24 horas- del yate del Real Club Náutico de San Sebastián fue de 240 millas. El capitán, Don Enrique Urrutia, fue calurosamente felicitado, al igual que su tripulación de españoles, cubanos, norteamericanos y un italiano.

Casi todos los tripulantes del Siboney habían decidido regresar a Cuba vía Miami cuando el velero tuvo que abandonar la regata, pero Sela y un compañero fueron a Nueva York, donde tomaron un vapor para España. En San Sebastián los agasajaron como campeones, junto a los marinos del Ticonderoga y el Mare Nostrum. ¿Y el Gaucho? ..."Algún día llegó,
Nosotros no lo vimos", dice Sela.

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