9.2.08

¿LOCOS POR LA MOTONAUTICA?
Cuban Review, junio 1996, pág. 6

Al país del béisbol, que da peloteros con la misma naturalidad con que a Argentina le nacen futbolistas o a los españoles les viene la fiebre del toreo, le ha salido en poco tiempo una inesperada cosecha de espectadores fanáticos a las carreras de superlanchas y motos acuáticas.

Aun sin una base estadística que lo confirme, nadie duda que halla alcanzado el millón de personas la multitud que el 28 de abril se alineó sobre casi 10 kilómetros de litoral para ver correr los ingenios multicolores de la Unión Internacional de Motonáutica (U.I.M.) por las aguas próximas a la costa de la capital cubana.

Un año después de que los puros Montecristi levantaran fuertemente su publicidad sobre la novedad del acontecimiento náutico, tocó el turno a los habanos Cohiba, aunque la proyección fue más discreta en este caso e incluso se le vio superada por la divisa turística “La Isla Grande”, que tituló al grand prix que dio comienzo al quinto campeonato mundial, clase uno, de la U.I.M.

Aunque menos exaltado y poético que durante el debut de 1995, Mauro Rabean, organizador del certamen internacional, reconoció con toda cortesía la eficiencia de la preparación de la competencia por las autoridades cubanas.

Medio centenar de instituciones participaron en los preparativos del espectáculo en La Habana, donde se alistó para la ocasión un completo operativo de salvamento con helicópteros, embarcaciones ambulancias, salas hospitalarias en estado de alerta y personal especializado.

Otras comisiones laboraron asimismo en diversas misiones, desde el orden público hasta la venta de palcos y refrigerios en la avenida del Malecón, cuyos preparativos se controlaron desde semanas antes de la competencia. Todo marchó divinamente, salvo para los periodistas, agobiados entre la insuficiencia de dossier, la poca información de la sala de prensa y los cambios en el programa de aguabikes.

Esta modalidad, la de modos acuáticas, se incluyó por primera vez en el programa del grand prix, con la asistencia de 22 competidores. El más sobresaliente entre todos fue el campeón mundial de la categoría de 1200 centímetros cúbicos, el francés Joel Bontoux, ganador absoluto de las pruebas de circuito y velocidad, mientras el cubano Pedro Montes ganó la carrera de 650 cc y el mexicano Francisco Acebras, la 785 cc.

Con prismáticos de todas las marcas conocidas y hasta con viejos telescopios escolares, los fanáticos cubanos siguieron la lid de velocidad sobre el agua, equilibrando sus mayores preferencias entre la roja elegancia de la lancha italiana Bilba y la audacia competitiva de la azul Victory 1, de los Emiratos Arabes Unidos.

Tripulada por Saeed Al Tayer y Félix Serrallos III, esta ultima conquistó la Copa Cohiba y el octavo grand prix de la pareja, que lleva en su palmarés la victoria en el pasado campeonato de la U.I.M.

Con emocionante desempeño, la Bilba conquistó el segundo puesto en el circuito cubano y el tercero fue para la embarcación Jolly Motor-Ferretti, también de Italia.

Otro equipo Arabe, de la Victory 4, ganó la pole position -prueba de velocidad sobre un kilómetro- y estuvo a punto de incluirse entre los ganadores de la carrera, si sus motores no se hubieran detenido justo cuando acababa de alcanzar la punta.

La entrega de coronas de laurel fue una ceremonia breve y sin espectacularidad. El presidente cubano Fidel Castro, que el año pasado presencio la competencia y galardonó a los campeones, esta vez dedicó su tiempo al congreso de la central sindical cubana, que sesionó hasta dos días después del certamen motonáutico.

Mauro Rabena reiteró la promesa de llevar nuevamente a Cuba el campeonato de superlanchas, un acontecimiento que atrae a un turismo de credencial VIP, cliente a veces incógnito en hoteles de cinco estrellas.

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