9.2.08

Desde siempre...
MOTONAUTICA DE ANTAÑO
BITACORA. No 7, verano 2001, p. 38

En contra de lo que muchos creyeron, las carreras de velocidad náutica no son nada nuevo para los cubanos.
Comenzaron regateando en sus yates de placer; luego retaron a los norteamericanos en carreras de hidroplanos

El 29 de marzo de 1926 no fue un buen día para Gar Wood. El norteamericano hacía lo posible por parecer imperturbable y hasta es probable que ensayara algunas frases de filosófica conformidad cuando los muchachos de la prensa se le encimaron. Pero era demasiado para cualquiera ver hundirse en el mar 14 000 dólares de su bolsillo, mientras la carrera para la cual había confiado a otro su lancha era ganada por una muchacha. La señorita Conners, su compatriota, se veía indudablemente atractiva al timón del Miss Okeechobee y eso no dejaron de apreciarlo los galantes fotógrafos de los diarios de La Habana.

Fue aquel uno de los primeros eventos de motonáutica celebrados en las aguas fronteras a la capital cubana, ante un público de miles de personas que llenaban el Parque Maceo y el flamante muro del Malecón. El Baby Gar, que acababa de zozobrar, había llevado a Gar Wood a la posición de campeón mundial de velocidad sobre el mar en aquellos tiempos.

Justamente cuatro años antes, en marzo de 1922, Wood había marcado el inicio de la motonáutica en aguas cubanas. A bordo de otra lancha, la Gar Jr. II, el piloto cubrió en 9 horas y 23 minutos la distancia entre Miami y La Habana, ganando la primera regata a motor que celebraban a través del estrecho de la Florida. Debido al estado del mar, que atrasó a otros contendientes, o bien a causa de la potencia de la lancha de Gar Wood y de su habilidad como navegante, lo cierto es que la Gar Jr. II arribó solitaria a la boca del Morro. A esto dijo un irónico columnista de la revista Carteles que la carrera se había limitado a una exhibición de velocidad... de una sola lancha.

"El Lobo Plateado", como llamaban a Wood, fue el primero en sobrepasar las 100 millas por hora en una lancha de carreras. Lo logró en 1931, a bordo de la Miss América IX y poco más tarde se retiró después de haber ganado cinco veces la Copa de Oro del campeonato mundial de motonáutica, que celebraban desde 1904, y nueve veces la carrera por el trofeo
Harnsworth, ambos en Estados Unidos de América.

CUBANOS EN LA PISTA

Apasionados de los deportes, más aun si implican acción y velocidad, los cubanos no tardaron mucho en involucrarse en la nueva modalidad de competencias. Había algunos que, por su holgada situación financiera, poseían ya embarcaciones y eran miembros de las asociaciones de yatistas que en esas primeras décadas del siglo XX florecían en La Habana, de modo que no hay que extrañarse que ya en 1924 tuviera lugar en esta plaza la primera carrera motonáutica.

En 1925, en uno de los números inaugurales de la revista Habana Yacht Club, pueden leerse las reglas de la American Power Boat Association para regatas con handicap de cruceros, las que se aplicarían para lidiar por un premio cubano, la Copa Dr. Molinet. En las regatas de 1930, reportadas por esa misma publicación, se corrió en las categorías "Outboard clase C", "Outboard, categoría abierta", "Stock runabout" y "Gran Categoría abierta".

La motonáutica mantuvo su auge entre los yatistas habaneros hasta que la segunda Guerra Mundial puso en receso a casi todas las actividades recreativas en el mar. Es razonable que las lides a motor no alcanzaran la amplitud ni la tradición de las de velas, enraizadas en el archipiélago desde finales del siglo XIX. Pero comenzaban a aparecer los aficionados que adquirían lanchas específicamente para correr y hasta algunos que arriesgaban sus yates de recreo en la puja por una copa.

Después de la contienda bélica, decayó ese entusiasmo por un tiempo; las principales convocatorias para regatas de esta modalidad las realizó a partir de 1950 el Club Náutico Internacional de La Habana. En los años posteriores, la American Power Boat Association y la Unión Internacional de Motonáutica comenzaron a mostrar interés en que los yatistas cubanos participaran en sus certámenes internacionales.

En 1952 hubo regatas de runabouts y cruceros en la bahía de La Habana, pero el verdadero reinicio de los programas cubanos de motonáutica sólo comenzó a gestarse dos años más tarde. La revista Fotos, la publicación más especializada en temas náuticos en su época, aconsejaba en su edición de mayo de 1954:

Momentáneamente no debe aspirarse más que a colocar los puntales para que el deporte retorne a su época dorada. No se debe aspirar a las grandes competencias, con poderosísimos botes de muchos cientos de dólares de costo. Es aconsejable ir primero a las competencias de embarcaciones menores, de las que hay muchas en existencia, accionadas por motor fuera de borda. Inclusive se puede acometer la creación de la flota nacional de hidroplanos, chancleticas que no cuestan arriba de doscientos pesos y que se pueden construir en un garage.

INTERNACIONALES Y DE TRAVESIA

Una pista semicircular de 2 500 metros de recorrido se marcó en la bahía de La Habana el 13 de junio de 1954. Los hidroplanos, bautizados "chancleticas" en el lenguaje descriptivo del cubano de la calle, fueron la sensación. Una de las primeras embarcaciones de este tipo fue construida por los miembros de una naciente agrupación de motonáuticos, que se llamaban a sí mismos el "Club Tortuga".

El premio de la modalidad de hidroplanos en esa regata fue conquistada por Oscar del Valle, que a bordo del Star Fire recorrió el semicírculo en 10 minutos y 25 segundos. A continuación regatearon, sucesivamente, los botes de paseo con motor fuera de borda de 20 y 36 pulgadas cúbicas de pistón y los runabout. Los máximos lauros de cada una de esas carreras fueron para los pilotos del Ricochet, el Racer y el Silver Star, respectivamente.

Los cubanos siguieron de esta manera su preparación hasta 1957, cuando se decidieron a medirse con corredores del Miami Outboard Club. El desafío se pactó en las modalidades Utility D, Outboard de 36 pulgadas de cubicaje e hidrodeslizadores categoría B y D. El primer tope, en la ciudad norteamericana, no dejó lugar a los criollos en el podio de premiaciones, pero un segundo encuentro en julio evidenció que ya no era tan fácil a los experimentados norteños vencer a los pilotos de Cuba.

De ahí vino el auge. El 24 de febrero de 1959 más de 20 000 personas se reunieron en la Avenida de Puerto, inmediata al canal de entrada a la bahía de La Habana, para presenciar unas regatas auspiciadas ya por una Federación Motonáutica de Cuba. Apenas dos meses antes había triunfado la Revolución y las antiguas asociaciones náuticas iban a desaparecer en el proceso de transformación social que se iniciaba, pero aquel era el mejor momento que habían disfrutado jamás los aficionados a la velocidad sobre el agua.

Lo demostró en junio la regata para botes motores convocada por el Habana Yacht Club, que tuvo 64 inscripciones y la inédita aventura auspiciada por la Federación Motonáutica de Cuba, que en julio y diciembre organizó sendas regatas de travesía, cubriendo los tramos de Batabanó a Nueva Gerona, por la costa sur, y de Isabela de Sagua a Varadero, por la norte.

En lo sucesivo, desapareció la motonáutica de las aguas cubanas por un buen número de años. La negativa del gobierno de Estados Unidos a que sus ciudadanos viajaran a Cuba tuvo un receso y en 1979 el piloto Rocky Aoki y su copiloto Errol Orniner cubrieron en una hora y 44 minutos las 88 millas entre Key West y Varadero. Llegaron a bordo de la Benihana, una lancha tipo catamarán de 37 y medio pies de eslora.

Auki esperaba que al siguiente año podrían celebrar una regata en el mismo trayecto, con
la participación de unas 40 embarcaciones, pero en 1980 las relaciones entre los dos países
volvieron a los mismos extremos de siempre. Cuando en la primavera de 1995 las azules máquinas del team Victory ganaban en La Habana las primeras coronas de laurel de la temporada, más de un millón de cubanos asistían maravillados al descubrimiento de la sensacional Clase Uno. Lo que muchos no sabían es que ya sus abuelos habían experimentado algo parecido en aquel mismo Malecón.

¿Locos por la motonáutica los cubanos? Sí, desde siempre.

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