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SAN DIEGO, SUS AGUAS MAGICAS
DESTINOS, 10 de octubre 1997

La primera y única vez que sumergimos el cuerpo en aguas termales fue hace pocos meses, en un pequeño manantial a orillas del río Caiguanabo. Habíamos caminado toda una jornada por kilómetros y kilómetros de senderos de montañas, cargados con una mochila a la espalda, con la noche encima, el agotamiento se había convertido en una extraña placidez de músculos y nervios y en un sano y grande apetito.

Aguas debajo de aquel sitio escondido en los montes, sobre la hermosa Sierra de los Órganos, se halla el balneario de San Diego de los Baños, el más antiguo de los centros de termalismo en Cuba. Los aflores fueron descubiertos en 1932, cuando el río San Diego sólo era conocido por el hombre que le daban a los indios, Caiguanabo, y cuando aun no existía un toponímico para identificar la actual provincia cubana de Pinar del Río.

Afirma la tradición que un esclavo enfermo curó las ulceras de su piel después de repetidas inmersiones en el tibio caudal, pero cada balneario del mundo cuenta con una leyenda parecida. Los cierto es que concurrían muchas personas a curar sus dolencias.

Samuel Hazard, un inteligente viajero norteamericano que alrededor de 1870 anduvo de turista por los más inimaginables rincones de Cuba, dejó escritas unas líneas que a una le place releer:

“Decid a un residente de La Habana que padecéis de reumatismo y enseguida os recomendará que vayáis a San Diego; consultad a un médico de La Habana con referencia a la misma obstinada enfermedad y os dirá que probéis las aguas de San Diego, preguntad a vuestro amigo cubano si alguna vez sale de la capital y os contestará:

-¡Oh, si! Suelo ir a San Diego”.

El viaje a San Diego desde La Habana demoraba tres días hasta que 1843 un vapor comenzó a hacer la travesía desde el puerto sureño de Batabanó, adonde llegaban los viajeros en tren desde la ciudad. El buque, de seis pies de calado, entraba dos leguas río arriba hasta un embarcadero, donde en calesas y carretas y caballos se continuaba para llegar a los baños 36 horas después de haber abandonado la ciudad.

Hoy día usted llega en sólo un par de horas por la Autopista A-4, tomando el norte en el cruce del kilómetro 103. El pueblo guarda la placidez del viejo siglo y casi nada de su arquitectura, encajonado sobre la falda de la montaña, y los manantiales afloran dentro del edificio del moderno balneario, construido en 1952.

Los manantiales termales de San Diego han sido estudiados durante más de 200 años por distinguidos científicos, como el naturalista Alejandro de Humboldt. En la actualidad uno puede averiguar todo lo que se le ocurra acerca del balneario si se encuentra con el Doctor José A. Soto, microbiólogo de la instalación.

De los tres manantiales existentes, “El Templado” se considera el más importante por la estabilidad físico-química de sus fluidos, considerados patrón de aguas sulfuradas para todo el país. Alcanza una temperatura de hasta 36 grados centígrados y su caudal, de 10 a 15 litros por segundo, es el mayor de todos.

Las aguas de “El Templado”, además de ser usadas en baños y para beber, sirven de base a un surtido de lociones, cremas y otros productos farma-cológicos, muy apreciados por sus propiedades cosméticas. Estos productos no poseen aun una marca que los identifique en el mercado, pero se da el caso que algunos turistas viajan a San Diego con el exclusivo propósito de adquirirlos en el dispensario del centro.

Los baños de “El Tigre”, muy parecidos a los anteriores, aunque con menos flujo y temperatura, son muy recomendados para pacientes con enfermedades de la piel, como psoriasis.

El manantial más pequeño es el de “La Gallina”. Un nombre curioso, si se tiene en cuenta que su temperatura es la más alta: 38 grados centígrados. En Cuba a veces le dicen “gallina” a los tipos miedosos. El Doctor Soto afirma que este baño es radioactivo.

-Le llaman “las aguas de la eterna juventud” –dice el especialista-

La radioactividad se debe a emanaciones de radón, un gas cuyas moléculas tienen una vida de cuatro a cinco días. Este elemento emite radiaciones alfa, beneficiosas para el hombre: penetran en la piel y estimulan el funcionamiento del sistema endocrino, mejorando la vitalidad del organismo.

A principios de siglo, en San Diego funcionaban ocho hoteles y 26 casas de huéspedes. “El pueblo vivía del balneario y los campesinos de los alrededores traían los productos de la tierra, base del sano régimen dietético que requieren los baños”, apunta el doctor José A. Soto.

Hoy día en San Diego de los Baños cuentan con un pequeño hotel tres estrellas para turismo internacional, “El Mirador”, operado por Cubanacán. Los clientes nacionales se alojan en el “Saratoga” y el “Libertad”. Los tres hacen un total de 89 habitaciones; el balneario tiene capacidad para atender 400 bañistas por día.

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