9.2.08

MAISI DONDE CUBA DESPIERTA
BITACOTA. No 1, verano 1999, p. 52

“Es una locura”, dije. Estaba en el Morro de Santiago de Cuba, a 900 kilómetros de casa, tomándome dos horas de vacaciones entre un chiquirí y una puesta de sol, después de descansar durante dos semanas el oriente de la Isla con una mochila al hombro, una libreta de notas y una cámara fotográfica.

Me repetía que era una locura a cada sorbo del trago, pero al día siguiente volaba sobre montañas de espeso verdor hasta la ciudad de Baracoa, con un asombro ante la audacia del trazo ocre de la Vía Mulata y la belleza aérea de la villa primada de Cuba, que me duró hasta que el tren de aterrizaje tocó el calcinado pavimento de la pista.

Nada voy a relatar de los paisajes de costa y serranía que atravesé en un viejo jeep Willy, ni del cruce en bote del río Yumurí. Iré directo a Punta Maisí mirando apenas los helechos arborescentes, las arrías que salen del monte cargadas de cacao y café, las gentes cálidas y las pequeñas aldeas que se llaman San Ramón, Lavelle, Los Arados, La Máquina...

Mi destino es una torre de sillería de 37 metros de altura que alumbra desde hace casi un siglo y medio el Paso de los Vientos. Me esperan Eusebio Lázaro Matos Matos y Miguelina Rivas Hernández; él, torrero jefe del faro, y su esposa llevan treinta años, cuatro hijos y una nieta bajo sus destellos.

Mientras ascendemos en calcetines los pulidos escalones, Matos me cuenta de la época en que el keroseno era la única fuente de luz y había que salir de allí en goleta hasta Santiago de Cuba. Habla de las goletas con algo de nostalgia, tal vez por que tenían nombres como Joven Amalia o Candelaria. “Una goleta carga más que una rastra”, asevera, y agrega que fueron retiradas del servicio de pasaje en 1970 y, del de carga, en 1994.

Maisí es ahora un sitio apacible, pero a finales de 1856 era el infierno mismo, distante 16 leguas de Baracoa, la ciudad más aislada de Cuba. El clima insalubre y las enfermedades endémicas rechazaban a los hombres, sin importarles los altos salarios que pagaba la construcción del faro. Solo soldados y presidiarios pudieron ser sujetos a la obra.

Un huracán, un incendio, un terremoto, el derrumbe de un andamio y el naufragio de un buque cargado de materiales retrasaron la obra, pero la luz del faro que entonces se llamó Concha se encendió, finalmente, el 19 de noviembre de 1862. La señal lumínica alcanzaba 17 millas con un sistema óptico de segundo orden inventado por el francés Fresnell. Luego se instaló una nueva linterna de la casa BBT, también de Francia, y veinte años después, en 1975, fue electrificada y puede verse a 45 millas.

Para acceder a esa costa desde el mar debe cruzarse la barrera de arrecifes por el Quebrado del Mangle, de seis metros y de 3 a 3,7 m de profundidad. En el embarcadero de Boca de Jauco, donde antaño atracaban las goletas, puede que mañana recalen yates en tránsito, atraídos por la cercana playa, la población de dos mil habitantes y la magia del faro imponente en el litoral. El buceo es una posibilidad tentadora.
Pasó la noche sobre Punta de Maisí y el primer rayo de sol llegó a la tierra cubana, dibujando en el horizonte la fugaz silueta de la Mol de San Nicolás, en Haití. Mientras el torrero jefe entrega el turno a su relevo, Cuba despierta hacia occidente.

Voy respirando el aire transparente de marzo por un camino de sábanas florecidas que cuida Miguelina.

Entonces la fragancia del cacao me llama desde la mesa puesta para el desayuno y comprendo que estoy listo para regresar a casa.

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