LA NOCHE DE LA TORTUGA
Firmado con el seudónimo Manuel Balseiro
- ¡Cinco! - El hombre miraba perplejo el agua que había quedado nuevamente quieta, movida solo por un leve vaiven. Demasiado tenso para sentir sueño, sólo prestaba atención a su incomodidad física debido al azote de los jejenes a mitad de la madrugada, el calor, la humedad y la arena que para colmo había entrado por las mangas y el cuello del impermeable y junto con ella, algunas de esas hormiguitas detestables que les llaman santanillas y dejan un rastro de insufrible escozor dondequiera que posan sus patitas intangibles.
- ¡Cinco intentos y ninguno le cuadró! -repitió, molesto, el hombre del impermeable amarillo.
- Será primeriza- intentó bromear el compañero, que sostenía la linterna para que el otro tomara notas en la oscuridad sobre un papel húmedo ya de rocío o sudor.
La décimo segunda tortuga que subió durante la segunda quincena de julio en la playa de Los Cayuelos, en la península de Guanahacabibes, pasó dos horas y cincuenta y un minutos en una peligrosa excursión fuera de su elemento, mientras era seguida por dos controladores que esperaban que se decidiera a terminar un nido e iniciar la puesta para contar los huevos, medirla, colocarle una marca metalica en la aleta anterior derecha y vigilar que retornara ilesa a alta mar.
Pasada la mitad del recorrido a la dilatada franja arenosa, descubrieron al animal acercándose trabajosamente al borde de la vegetación, después de avanzar por la duna hasta 17 metros desde la línea de marea. Siguiendo la huella ancha e inconfundible, hallaron el sitio exacto donde comenzó a cavar, casi sepultada bajo una tronconera. Cuando la profundidad del hueco abierto a golpes de aletas delanteras prácticamente bastaba hacer invisible el gran carapacho, algo hizo al animal cambiar de opinión y fue a buscar la sombra proyectada por la luna en creciente bajo una joven uva caleta.
Esa vez llegó a abrir la cámara para los huevos, hasta que los hombres que observaban, ocultos tras las pencas de un pequeño guano, se percataron de que la tortuga insistía más en su operación con una de las aletas traseras que con la otra y uno se acercó a ver. La cavidad donde hasta más de cien huevos podrían ser depositados la forma la tortuga trabajando con sus aletas usadas a manera de palas mecánicas. Desciende una aleta hasta el fondo, rasca la arena y la extrae, curvando el extremo como una cuchara. Sorprendente, sobre todo para un humano que todo lo ha de juzgar con el sentido de la vista, pues en ningún momento la tortuga volverá a poner su mirada sobre el sitio donde ha dejado su descendencia.
Protegiendose el rostro de un disparo de arena y cubriendo cuanto podía la luz de la linterna, el hombre observó al fondo del cilindro arenoso de medio metro de profundidad por casi un pie de ancho en el que se afanaba la tortuga. Entonces comprobó que un palo de regular diámetro se hallaba atravesado en el fondo y que ello incomodaba a la tortuga. Convencido de que no rompía con ello las reglas de la naturaleza, metió la mano hasta el fondo y trató de quitar el obstáculo, pero estaba demasiado afincado y no le quedó más remedio que aceptar lo que finalmente ocurrió: la futura mamá halló inadecuada la habitación para su cría y fue a su tercer intento.
Y así lo hizo una cuarta y aun una quinta vez, mientras la luna subía en el firmamento sobre la hermosísima y agreste península y el calor y la plaga acababan la paciencia de los observadores en turno. Estaban deseosos de terminar, de buscar el relevo e irse a dormir, pero les gustaría hacerlo una vez más después de contar los huevos sintiéndolos caer en la palma de la mano, de marcar el nido y anotar un nuevo resultado a este proyecto.
UNA CIERTA AVENTURA
Hay jóvenes -e incluso algunos no tanto- que se desprenden con gusto de la ciudad durante las vacaciones de verano para vivir una experiencia única: ayudar a sobrevivir las poblaciones de quelonios que arriban a la costa suroccidental cubana para efectuar el desove.
Para muchos de ellos, futuros biólogos, es una valiosa experiencia; para todos es una aventura de dos semanas a trescientos kilómetros de la capital. Grupos de cuatro o seis voluntarios ocupan los campamentos que a a lo largo de la dilatada costa arrecifal que da frente al mar Caribe se levantan en un puñado de playuelas arenosas donde las tortugas depositan sus inmensas camadas de huevos en medio de la oscuridad.
Se nombran Las Canas, Playa Antonio, Resguardo, Perjuicio, La Barca, El Holandes, Caleta Larga, Caleta de Piojos y Los Cayuelos… títulos que guardan viejas historias de naufragios, piratas y tesoros aun no encontrados, como tambien el encanto de la vida agreste. Los días son libres, y si alguno duerme hasta la tarde, los más aprovechan la playa increíble para el baño y la pesca a sedal, y la frescura y encantos del bosque para el paseo. Las noches son para el trabajo y pronto se demuestra que hay bastante quehacer.
Cierra la noche y ya están los grupos en el "playeo". Hay que recorrer la franja arenosa cada cierto tiempo, detectando en la oscuridad cualquier señal que descubra a una tortuga que ha salido a tierra a desovar. A veces se ve al animal mismo, otras, son sus huellas inconfundibles en la arena, o el ruido que arma en la maleza, abriéndose camino, o el surtidor de arena que se descubre cuando abren la "cama". Entonces comienza la acción.
EL PROYECTO
De las siete especies de quelonios identificadas en todo el planeta por los zoólogos, cuatro anidan en Cuba: Tortuga verde (Chelonia mydas), Caguama (Caretta caretta), Carey (Eretmochelys imbricata) y el inmenso Tinglado (Dermochelys coriacea), cuya concha carece de los escudos o placas que caracterizan a las restantes y es francamente el menos frecuente de todos en aguas cubanas.
Los quelonios, debido a la abundancia y calidad de su carne, son masiva y persistentemente agredidos por el hombre y no sólo en Cuba. El problema es tan vigente, que tras una quincena sin protección en las playas de Guanahacabibes durante el pasado mes de julio, numerosos restos de tortugas fueron hallados sobre las playas, dentro del monte o flotando en el mar. La pregunta es: ¿Cómo sale de Guanahacabibes -y sale, sin duda alguna- la carne depredada? y ¿Cuáles inteligentes justificaciones usan los furtivos para pasar sin ser descubiertos los múltiples controles necesarios para acceder a un área natural con categoría de Parque Nacional?
En la temporada de 1998 el Centro de Investigaciones Marinas se lanzó por primera vez a la experiencia. Plantaron un rústico campamento en Playa Antonio, a unos veinte kilómetros del poblado de La Bajada, y de mayo a septiembre inspeccionaron la costa noche a noche con la ayuda de unos 40 estudiantes. Sumadas las de esta playa y la de El Resguardo, tres kilómetros al oeste, en esa ocasión controlaron 96 salidas de tortugas y ubicaron 66 nidos.
ENTONCES COMIENZA LA ACCION
Cuando la hembra queda inmóvil, abriendo la cavidad de incubación con una sorprendente coordinación de sus aletas traseras, que se alternan como palas sacando la arena, los miembros del proyecto identifican su especie, anotan las dimensiones de su concha, miden la amplitud de la huella en la arena y cuentan los huevos de la puesta. Antes o después se mide la distancia entre el nido y la línea media de marea y se identifica el nido con un número y la fecha, de manera que al cabo de unos 45 días los voluntarios que se encuentren a cargo de la playa podrán calcular el momento adecuado en que deben esperar la eclosión para proteger las crías de los depredadores y el medio adverso.
Durante las seis temporadas transcurridas hasta la del año 2003, el Proyecto Universitario para el Estudio y Conservación de las Tortugas Marinas testificó en Guanahacabibes 2 004 salidas de tortugas, las cuales dejaron en total 1 274 nidos. Sólo en una temporada de este período se contabilizaron 43 186 huevos, lo que ya ofrece una idea de la magnitud que alcanza este esfuerzo conservacionista pues otros depredadores -en este caso del propio medio natural- se encargarán de restarle dígitos a la supervivencia de estas importantes especies.
Lázaro Márquez, director del Parque Nacional Guanahacabibes, destacó la eficacia del proyecto durante un encuentro con uno de los relevos de voluntarios. Una de las más recurrentes preocupaciones de las instituciones medioambientales tras el impacto del huracán Iván, de categoría 5, sobre el litoral de la península en septiembre de 2004, se refería a la situación de las anidaciones de tortugas en aquellas playas.
De manera inmediata, el severo impacto del fenómeno meteorológico barrió los últimos nidos de la temporada de ese año y cambió sustancialmente el aspecto de las playas. Unas cuatro semanas después del ciclón, especialistas del proyecto universitario dedicado a estudiar y conservar las tortugas marinas en esta región cubana hallaron rastros frescos de los quelonios en varias locaciones. Las anidaciones en la temporada 2005 revelaron un comportamiento normal, lo cual es un dato realmente alentador.
La investigación comienza a revelar aspectos interesantes. El desove tiene temporadas de "alta" y de "baja". Los años pares son los más ricos en arribos y desoves. Como dato curioso se reportala anidación de tortugas "extranjeras": una marcada en la Florida con etiqueta SSA987, que subió 13 veces a Los Piojos, y una procedente de Playa del Carmen, en Mexico, con la marca XC442.
En una quincena pasada por los voluntarios en Playa Antonio se recibieron en la costa 13 tortugas, de las cuales 10 hicieron nido. La puesta más numerosa fue de 132 huevos; eso fue en una madrugada de mucha acción, cuando una tortuga verde y una caguama salieron a la vez e hicieron nido lado a lado; otra tortuga subió hasta lo alto de la duna, dio un largo paseo bajo los guanos y se fue. Mientras todo esto ocurría, una cuarta subió por un sitio alejado de la playa, hizo nido, puso y se marchó, implantando record de velocidad.
Pero créanme, nada supera a la madrugada en que una tortuga no pudo decidirse entre cinco nidos para dejar su camada en Los Cayuelos.
CUBA PROHIBE LA CAZA DE UNA DE LAS ESPECIES DE TORTUGA MARINA MÁS AMENAZADAS DEL CARIBE
1.4.08
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