30.12.14



JAIBERO
De muchacho, durante las vacaciones escolares que a veces pasábamos en el poblado de Campo Florido, íbamos casi a diario a pescar con vara criolla al río Guanabo, donde podía hacerse todavía una ensarta decente de biajacas, guabinas, alguna anguila mañanera y tal vez las primeras tilapias que colonizaban las aguas del país.
A veces a mi primo Mario y a mí nos acompañaba algún adulto con preferencia por las artes de red. Entonces colocaban a lo largo de la orilla media docena de pandongas para hacer una suculenta cosecha de camarón de ley.
La pandonga es una red de tejido fino que se fija a un marco redondo de alambre, se ata con tres tirantes a una línea principal y ésta se fija a una caña. El aro de la pandonga mide unos 50 centímetros de diámetro y la vara o caña unos dos o tres metros; el pescador usa varias, las encarna con piltrafa de carne, algún pez ahumado o más bien chamuzcado, o alguna vianda, como yuca o boniato. Todo ello atrae a los camarones y no se extrañe si alguna vez leva una jicotea, que está en las mismas aguas siempre a la caza de alimento.
En una ocasión, pescando en un recodo del río particularmente turbio, en lugar de camarones comenzaron a llegar en la pandonga hermosas jaibas azules. Este crustáceo es sumamente común en los ríos e incluso en las desembocaduras de aguas bajas y lodosas, sus fondos eventualmente cubiertos de thalassias, o sea, seibadales.
La jaiba se prende con sus patas directamente al alimento y come del mismo sin delatar demasiado su presencia. El jaibero levanta cuidadosamente su pandonga para no alarmar al animal y retira la presa, que es colocada en un balde con agua del mismo río para que se mantengan vivas y frescas. Otro procedimiento de captura, observado en la localidad costera de Caibarién, al norte de la provincia de Villa Clara, consiste en lanzar la carnada al agua somera, atada a una línea de monofilamento, tentar sutilmente hasta que se detecta la picada y traerla con suavidad; al momento de cobrar, el pescador se provee de un jamo de mango largo con el que toma la jaiba, que se desprenderá de la carnada en cuanto salga al aire.
En casa, las jaibas se limpiarán de sus órganos internos y serán hervidas en agua limpia; en ese momento brota al aire su aroma de marisco fino. La masa es retirada del exoesqueleto y empleada luego para enchilados, rellenos y frituras.
En su obra de 1787, Descripción de diferentes piezas de historia natural, Antonio Parra incluye al “Cangrejo Xaiva”, señalando: Esta solo tiene tres patas de cada lado, con las que anda; pero tiene además de estas, unas como paletas de cada lado, cuyo uso ignoramos.  Notable falta de imaginación del inteligente coleccionista, a cuya nómina de peces es valioso acudir para obtener datos tempranos acerca de la ictiología del país, ciencia que Poey consolidó en sus máximos valores en el siguiente siglo. La jaiba usa esas paletas como órgano natatorio, naturalmente, pero si nos fijamos ello ocurre principalmente en desplazamientos verticales en el agua.
Según una obra de 1917, compendio de unas notas realizadas por el naturalista J. C. Gundlach a finales del siglo XIX, las jaibas se pescaban en gran número en las redes que tendían los pescadores en bahías y ensenadas, “cuidándose muy poco de recogerlas”. Señala, más adelante: En los mercados abundan todo el año, siendo poco estimadas como alimento. Con frecuencia se encuentran las que acaban de mudar su cubierta, llamándolas entonces jaivas blandas y las solicitan los pescadores con preferencia a toda otra carnada (*). Los pescadores aficionados que frecuentamos las costas de arrecife estamos más familiarizados con otro tipo de jaiba, nocturna ladrona de carnada, enredadora de nailon e igualmente útil para encarnar el anzuelo. * Contribución al estudio de los crustáceos de Cuba. Notas del Dr. Juan Gundlach 1896, compiladas y completadas por el Dr. José L. Torralbas 1903 y publicadas por el Dr. Federico Torralbas, académico de número de la de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana. etc. Habana, Imprenta y Librería de Lloredo y Ca., Muralla No. 24, 1917.  


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